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Discutir en presencia de niños pequeños es una práctica que se recomienda evitar debido a los efectos negativos que puede tener en su desarrollo emocional. Un niño no ve una discusión como un conflicto entre adultos, sino que puede interpretarlo como algo que está relacionado con su propia culpa.

Esta no es una advertencia infundada. La psicología del desarrollo y la neurociencia han estudiado durante años por qué los niños reaccionan de esta manera.

La Autoculpa

La mente de los niños funciona de manera distinta a la de los adultos, ya que está en proceso de desarrollo. Jean Piaget, un famoso psicólogo, describió este fenómeno como «pensamiento egocéntrico«, que se refiere a cómo los niños perciben el mundo desde su perspectiva. En investigaciones realizadas en los años noventa, los psicólogos Wesley Rholes y John Finchman demostraron que los niños tienden a asumir la responsabilidad de los conflictos familiares, especialmente cuando no comprenden las razones detrás de ellos.

Esto implica que, al observar una discusión, los niños pueden interpretarlo de forma emocional, sin entender que el conflicto puede deberse a problemas entre los adultos y no a ellos mismos. A esa edad, los niños aún no han aprendido a diferenciar entre lo que ocurre dentro de ellos y lo que sucede fuera.

El Impacto de las Discusiones

Cuando las discusiones son frecuentes o intensas, los niños pueden experimentar ansiedad, estrés o sentimientos de culpa. Investigaciones de Edward Cummings y Patrick Davies, de la Universidad de Notre Dame, han comprobado que los conflictos no resueltos entre padres afectan la capacidad de los hijos para regular sus emociones y su sentido de seguridad.

Otros estudios también sugieren que la tensión familiar puede incrementar el riesgo de que un niño desarrolle problemas emocionales a lo largo de su vida.

¿Qué Hacer en Estas Situaciones?

La pregunta surge: ¿deberían los adultos evitar discutir en presencia de los niños? Aunque puede ser complicado en una convivencia, la clave no radica en evitar los conflictos, sino en cómo se manejan y explican después.

Los psicólogos coinciden en que es esencial que los padres aclaren a los niños que las disputas no son su culpa, lo que puede ayudar a reducir la sensación de culpa y reforzar el vínculo emocional con ellos.

Lo Que Dice la Neurociencia

Desde la perspectiva de la neurociencia, se sabe que cuando cualquier persona, ya sea un adulto o un niño, se siente enojada, se activa la amígdala, la parte del cerebro que procesa las emociones. Aunque el córtex prefrontal puede ayudar a moderar estas emociones, durante momentos de ira intensa, no hay suficientes recursos neuronales disponibles para calmarse.

Por lo tanto, la calma de los padres puede servir como un «anclaje» emocional. La serenidad de un adulto no solo puede tranquilizar al niño, sino que también le proporciona un modelo de autorregulación, algo que su cerebro aún no puede lograr solo.

Comprensión Emocional

Finalmente, entender las emociones, tanto propias como ajenas, es un proceso de aprendizaje compartido. Los niños no necesitan que las discusiones desaparezcan, sino que deben aprender que estas tensiones no amenazan su seguridad ni su autoestima. Esta comprensión no es algo instintivo, sino que se cultiva a través de la comunicación, la presencia y la coherencia emocional.

La ciencia respalda esta idea. Desde los estudios de Piaget hasta las investigaciones actuales en neurociencia, se concluye que el verdadero antídoto contra la culpa infantil no es la perfección de los adultos, sino la oportunidad de enseñar que el amor y el desacuerdo pueden coexistir sin romper la conexión emocional.

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